El 4 de diciembre de 2020 se cumplieron 23 años de sequía en títulos de Liga para La Máquina del Cruz Azul. Hoy recordamos a Carlos Hermosillo, su último gran ídolo.
Pasan los años y ningún jugador celeste ha podido desbancar a Carlos Hermosillo como el máximo ídolo cementero de los últimos tiempos a pesar de haber debutado y ganado campeonatos el América.
Tan es así que El Grandote de Cerro Azul ostenta, hasta la fecha, el récord como máximo goleador en la historia del Cruz Azul, después de 22 años de haber dejado la institución.
Además, cuenta con el valor agregado de haber anotado el gol que le dio al equipo cementero su último título de liga en el ya lejano Torneo de Invierno 1997.
Los números hablan y son claros. Nadie en Cruz Azul ha podido hacer algo más, algo distinto para llevar al conjunto cooperativista a la máxima gloria, de la que cabe mencionar, han estado muy cerca no solo en una ni dos ni tres ocasiones, sino ya innumerables oportunidades.
Hoy rememoramos la fabulosa anécdota cuando Carlos Hermosillo le entregó al Cruz Azul su hasta ahora último título de liga en el Torneo de Invierno 1997, mismo en el que el delantero veracruzano terminaría campeón de goleo con 14 dianas.
Después de un torneo muy bueno, Cruz Azul se plantaba en el segundo lugar general, para entrar de lleno a la liguilla.
Antes de la fase final, los de La Noria habían enfrentado las llaves por la Copa de Campeones de la CONCACAF. En cuartos dejaron fuera al Comunicaciones con un aplastante 5-0, para después despachar a las Chivas por 3-2.
En la final contra el Galaxy de la MLS, Carlos firmaba un doblete, con el que vencían, a pesar del gol de Jorge Campos.
Carlos y compañía ganaban otro trofeo internacional y se alistaban para cerrar con fuerza el torneo local.
Se encontraban con Atlas en cuartos. En el Jalisco, Hermosillo aprovechaba un rebote del arquero rojinegro para empujar el balón al fondo de la portería.
La vuelta sería de trámite y con dos goles de Carlos, los celestes aplastaban 4-1 a sus rivales para avanzar a semifinales.
Ya ahí empataban a 1 con Atlante en la ida. Pero la nota era el severo codazo que Jesús Estrada le metía en un costado al veracruzano, fracturándole las costillas. Se iba preocupado, ya que su ausencia podría pesar.
Afortunadamente Yegros lograba marcar el de la ventaja en el Azul y con ello avanzar a la gran final.
La Máquina arrastraba ya más de 17 años sin ganar un título de liga. La presión era inmensa y no contaban con su máxima estrella, quien se recuperaba de su operación, aunque todavía tenía esperanzas.
La ida finalizaba 1-0, con el gol del Maestro Galindo de penal y Carlos entraba al 55’, para retomar algo de ritmo para el partido de vuelta.
La final de vuelta en el Nou Camp entre los cruzazulinos y los Esmeraldas de León, que se habían robado la liga, fue aburridísima.
Un denso partido jugado bajo el sol de Guanajuato que, con balonazos de portero a portero, jugadores erráticos en sus controles y decenas de pases fallidos, se fue arrastrando lentamente hasta la prórroga, después de que Espinoza encontrara el gol del empate.
Al minuto 92, Luis Fernando Tena mandaba a la cancha a Carlos Hermosillo, pensando que funcionaría bien como revulsivo, a pesar de la lesión. Ese cambio sería esencial; sería la decisión más importante para la historia del Cruz Azul en los últimos 40 años.
Y es que la participación del delantero movió los instintos de su equipo. Sus costillas, que todavía no habían soldado definitivamente, estaban protegidas por un chaleco antibalas.
Después de una buena cabalgada de Carlos, Palencia fallaba un cabezazo clarísimo que pudo haber significado el gol de oro y la victoria del Azul. Todavía el delantero tuvo una volea, que salió desviada.
Sin embargo el momento más importante del torneo llegó al minuto 100. Después de un pase de Paco Palencia, Hermosillo extendía el balón a la banda. Juan Francisco intentaba mandar el centro al área, pero la defensiva leonesa despejaba.
Aprovechando la confusión, Ángel David Comizzo salía disparado de su portería para embestir a Carlos. Primero le empujó, a pesar de que el balón ya estaba lejos. Luego, en el suelo, tomó impulso con su pierna derecha y estrelló el talón en la frente del veracruzano. Una patada de cadena perpetua.
Arturo Brizio marcó el penal rodeado de medio equipo esmeralda. El portero agresor llegó mentándole la madre, a lo que árbitro le respondió: «…la tuya y te quedas a que te metan a ti el gol. Y te lo adelanto, si la paras, la repito».
Sin embargo el nazareno ha tratado de desmentir esa versión, argumentando que Palencia le distrajo y no alcanzó a ver la patada, y que por eso no expulsó al argentino.
Sea como fuere, «el Grandote» de Cerro Azul fue medio parchado, se levantó y, aunque la sangre seguía escurriendo, se preparó para tirar el penal.
Con una banda en el costado del rostro, el escudo de la Máquina lleno del líquido rojo, mezclado con sudor, Carlos Hermosillo se alistaba para patear el balón más importante de su etapa cruzazulina.
Comizzo le observaba resignado y el delantero, con una pierna derecha tranquila, clavaba el penal al costado izquierdo del arquero.
Cruz Azul levantaba la copa de la mano de su gran ídolo, un inmenso mexicano que ya estaba colocado en lo más alto de los goleadores históricos de la liga mexicana y que cerraba con broche de oro una excelsa etapa con el club de sus amores.
Después de los festejos por el título, Carlos fue llamado a Guadalajara, donde se le ofreció un contrato tres veces más grande que el que tenía actualmente en el Azul. En una muestra de lealtad, viajó a Cuernavaca para platicarlo con Billy Álvarez, quien le dijo que él ya era parte de la familia y que no podía irse de la Máquina.
Hermosillo decidió quedarse y sólo meses después, al finalizar el Verano 98, fue incluido en la lista de transferibles.
El ídolo le decía adiós al Cruz Azul. Se iba con 3 campeonatos de goleo, dos Citlalis al mejor delantero del país, una Copa México, dos Copas de Campeones de la CONCACAF y un título de liga, marcando 198 goles en 266 partidos de todas las competencias. Un jugador de época por el que todavía suspiran los aficionados cementeros.
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